Los sentimientos que más amargura traen al ser humano, son el odio y el rencor, causados ambos por la falta de perdón y, que a su vez, vienen acompañados de emociones igual de dañinas, como la ira, la tristeza, la humillación, el rechazo, el resentimiento, la decepción o la soledad.
Si tienes una deuda pendiente con el perdón, seguro que has podido experimentar alguno de estos sentimientos.
Te has preguntado alguna vez ¿Si vale la pena mantenerte en esa posición de odio?, o quizá, ¿Quién sufre más, el que odia o el odiado?
Muchas veces pensamos que nuestro odio le hace daño al que lo recibe, seguro que sí, aunque yo diría que depende, hay casos en que el odiado ni se entera o no le interesa -porque seguro que él, ya perdonó- aunque, si es una persona cercana a nosotros, como un familiar, seguro que también le afecta.
La cuestión es, si tú quieres seguir sufriendo, si quieres permanecer anclado a ese momento del pasado y, si vas a dejar pasar todo lo bueno que la vida te ofrece, y que no puedes ver tras la nube negra del odio.
Además, no vas a poder disfrutar de tu presente, ni de tu futuro con esa amargura que llevas dentro, porque tu mente y tu corazón están llenos de dolor, de sentimientos que no te dejan avanzar y, te encuentras atado a un pasado triste al que no das solución.
Decía, la madre Teresa de Calcuta: “El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor. Perdona, que perdonando tendrás en paz tu alma y la tendrá el que te ofendió”.
La práctica del perdón no debe confundirse con el olvido de la ofensa recibida, quien olvida, no perdona, pues no adopta una decisión de perdonar, no siempre al perdonar olvidamos, lo importante es que el perdón nos libera del dolor y, que esto sirve, para que dejes de darle tanto poder a la persona que te hizo daño, poder de cómo debe ser tu vida.
Perdonar no es fácil, es un proceso que requiere una gran autoestima y valor, de querernos y saber que merecemos ser felices y, de la necesidad de liberarnos de esa opresión que nos causa la falta de perdón.
En este post quiero recomendaros una forma de cómo llevar a cabo el acto del perdón, una práctica que yo misma experimenté y que me ayudó a alcanzar la paz y felicidad, se trata de ‘las cartas del perdón’.
Estas cartas, siempre como mínimo, son dos, porque una se le escribe a la persona que queremos perdonar y la otra, nos la escribimos a nosotros mismos.
En la primera carta debes poner el nombre de la persona y a continuación todo aquello por lo cual le perdonas, debes decirle cómo te ha hecho sentir, el daño que te ha causado y, por qué has decidido perdonarle.
La segunda carta, la más difícil, porque es difícil reconocer que necesitamos perdonarnos; hay cosas que hemos hecho y que no nos hemos perdonado, que tratamos de ocultar u olvidar, que hemos querido dejar cómo un pendiente de nada, pues esta carta te sirve para perdonarte y liberarte de esa carga.
También debes reconocer en esta carta, si es necesario y, si de alguna forma hiciste o dejaste de hacer algo, para que se produzca la ofensa o hecho de tu carta anterior, muchas veces olvidamos que somos parte de la ofensa y, pensamos que solo el otro, es el culpable.
Las cartas son liberadoras, después de escribir y leerlas, las puedes romper en mil pedacitos y tirarlas al viento, al mar, o puedes quemarlas (siempre en un lugar seguro), perdona de corazón y libérate. Deseo que esta práctica permita que vuelva la paz y el amor a tu vida.