Si hiciéramos un esfuerzo por comunicarnos con las personas que nos rodean, sobre todo con las que tenemos un lazo afectivo, seguro que nuestra vida y la de los otros, sería más feliz.
La mejor manera de querer a alguien es conociéndola y, la mejor manera de conocerla es a través de la comunicación.
Es a través de la comunicación que podemos transmitir lo que pensamos, lo que sentimos, nuestras emociones y lo que deseamos; además, la comunicación hace posible el feedback, que es la información que devuelve el receptor al emisor sobre su propia comunicación, respecto a su contenido como a la interpretación del mismo, así como de sus consecuencias en el comportamiento de los interlocutores.
Cuanta más comunicación generamos, hacemos posible que más información podamos obtener; ‘solamente descubriendo las motivaciones del otro, viendo y tratando de comunicarse de igual a igual, se puede llegar a conseguir verdaderas soluciones positivas para ambos, incluso en los conflictos más serios e irresolubles que se puedan imaginar’ (fábula del zorro y el erizo).
¿Por qué es importante conocer a los demás?
Iván Mayor dice que
«Cuando uno ve a la persona en todos sus aspectos sin juzgarlos, surge la comunicación de igual a igual y es entonces cuando por fin desaparecen los juegos manipuladores»
Se trata justamente de eso, de hacer que surja el aprecio, el cariño y el amor, porque así los prejuicios desaparecen, surge el entendimiento y aprendemos a valorar al otro en toda su dimensión.
Os dejo con la fábula del zorro y el erizo, a través de ella vais a descubrir porque es importante la comunicación para ser felices, espero que os guste, es muy entretenida y fácil de leer:
“FÁBULA DEL ZORRO TAN PEQUEÑO COMO EL ERIZO Y DEL ERIZO TAN GRANDE COMO EL ZORRO”
Tenía el zorro mucha hambre. La granja donde solía ir a capturar gallinas había cerrado y no encontraba muchos animales que cazar.
El zorro estaba muerto de hambre y no sabía qué hacer. Desesperado, caminó hasta llegar a un acantilado. La caída por dicho precipicio era enorme, y pensó por unos instantes en tirarse y acabar con su lenta agonía.
Cuando ya parecía que había tomado la decisión de saltar, oyó un ruido familiar. Se trataba de unos gruñidos muy peculiares.
Al zorro le llamó tanto la atención, que decidió buscar la fuente de dicho sonido y, tras mirar por todas partes, vio un conjunto de púas que caminaba lentamente. Era un erizo.
El zorro, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre él dispuesto a comérselo, pero, en cuanto se acercó, el erizo se convirtió en una bola impenetrable y el zorro se hirió con una de sus púas. El zorro se sentía mal por sus heridas, pero tenía esperanzas al pensar que el erizo en cualquier momento se descuidaría y se lo podría comer. Entonces el zorro se tumbó y se puso a esperar a que el erizo se abriese.
Cuando el erizo se abría un poco, el zorro volvía a atacar y el erizo se volvía a cerrar.
Ambos mantuvieron este juego durante muchos días. El zorro se quedaba sin fuerzas para poder atacar al erizo, no había comido y no podía descansar por estar pendiente de su presa.
Al erizo le pasaba lo mismo, estaba muy débil, pero pensaba que, en cuanto se descuidase, el zorro lo devoraría.
Entonces el erizo, ya casi en agonía, dijo: Zorro, déjame escapar, si no, ambos moriremos de hambre y de sed.
Ante lo que el zorro respondió: Nunca he esperado tanto para comer y no voy a rendirme ahora.
El erizo, con la voz conmovida por la desesperación, respondió gritándole:¿Tiene sentido esto? Zorro, no te das cuenta de que yo jamás cederé.
El zorro respondió con voz enérgica: Pues yo tampoco estoy dispuesto a ceder ante un miserable erizo, tratando de fingir más fuerzas de las que tenía en realidad.
El zorro y el erizo se quedaron otros tres días más, vigilándose mutuamente.
El erizo dijo al zorro, entonces: Zorro, lamento haberte herido con mis púas. Déjame escapar, si no, los dos moriremos.
El zorro, que se veía ya casi a punto de morir, dijo disimulando su malestar: ja, ja, ja… jamás. Ahora que me has hecho recordarla, fuente de mi dolor, no tendré piedad de ti.
Entonces el zorro y el erizo siguieron callados, vigilándose otros tres días más. El erizo volvió a iniciar el diálogo llorando: Zorro, solo quiero saber ¿por qué?
¿Por qué me has elegido a mí? ¿Por qué vas a sacrificar tu vida y la mía por empecinarte en devorarme? Dime, ¿qué te motiva a hacer algo con tan poco sentido?
El zorro respondió también llorando y con una voz que demostraba su fatiga: No te das cuenta de que no hay nada que comer ni que beber.
Si no te como a ti, moriré de hambre. No tengo otra solución. Estoy desesperado. No te dejo porque no tengo otra oportunidad de sobrevivir.
El erizo respondió: Zorro, lo que ocurre es que tú no sabes dónde hay otra granja en la que puedes conseguir otras presa.
El zorro respondió con curiosidad: ¿Acaso tú lo sabes, erizo? Erizo respondió algo más tranquilo: Si, y si me dejas escapar, te lo diré… El zorro, desconfiando del erizo, le dijo: ¿Y cómo sé que no mientes?
El erizo le dijo, con la poca seguridad que le quedaba: Es el mismo riesgo que yo corro al abrirme para poder escapar; tú también me podrías devorar y luego ir a la granja.
Ambos permanecieron pensativos acerca de sus dudas y luego el zorro exclamó: Podemos hacer algo para que confíes tú en mí y yo en ti.
El erizo respondió confundido: ¿Qué? El zorro comenzó: Tú ahora me guías hasta que pueda ver la granja, yo me voy a la granja y tú te escapas.
El erizo con desilusión dijo: ¡Buah! ¿Ese es tu gran plan? ¿Y cómo sé que no me comerás en el trayecto? El zorro replicó al erizo: Sería absurdo comerte, porque así comería hoy y moriría de hambre mañana. El erizo insistió: ¿Y cómo sé que tras enseñarte la granja no me vas a comer?
El zorro se quedó pensando unos minutos y explicó: Tú estarás encima de mi lomo, así, aunque lo desee, no podría comerte.
En cuanto lleguemos, tú te conviertes en bola de púas y yo me voy a la granja. El erizo meditó unos instantes y aceptó el plan. Ambos emprendieron el camino a la granja.
En el trayecto tuvieron oportunidad de hablar de muchos temas, desde su infancia hasta lo que más les gustaba y disgustaba.
Poco a poco el zorro se dio cuenta de que no estaba frente a un bicho insignificante al que daba igual matar o no, y el erizo se dio cuenta de que no estaba frente a un animal salvaje y despiadado. Incluso se percataron de que tenían más cosas en común que puntos de desacuerdo.
Varios días estuvieron juntos hasta que las fuerzas abandonaron al zorro, que se desplomó ya muy cerca de la granja. El erizo, sacando fuerzas de flaqueza, escapaba lo más rápido que podía, pero, de pronto, se detuvo y, conmovido por lo que conocía del zorro, se fue en busca de algunos frutos para dárselos.
El zorro ya no guardaba ninguna esperanza: estaba agonizando y no tardaría en aparecer algún predador que se lo comería. Sin embargo, no guardaba rencor al erizo, pues sabía que tenía una familia que cuidar, por lo que vio razonable que huyese en cuanto tuviese oportunidad.
Súbitamente, hizo su aparición el erizo con las frutas para el zorro. El zorro lloraba de alegría por las frutas que le había traído el erizo. Mientras se las comía, le preguntó: ¿Por qué no huiste dejándome morir?
El erizo respondió: Ahora que te conozco, sé por qué hacías lo que hacías. Si yo hubiera estado en la misma situación, también me habría comportado igual.
Ya no veo maldad en ti. Si algún zorro como tú necesitase ayuda, ¿se la darías? El zorro contestó afirmativamente, a lo que el erizo replicó: Quizá lo que me ha ocurrido es que ya no te veo como un ser predador más fuerte que yo y peligroso. Quizá ahora te veo como mi igual, como si fueras un erizo más.
Se quedaron juntos hasta que el zorro recuperó sus fuerzas y tomaron caminos distintos.
Al despedirse, mirándose unos instantes a los ojos, ambos animales comprendieron que solamente descubriendo las motivaciones del otro, viendo y tratando de comunicarse de igual a igual, se puede llegar a conseguir verdaderas soluciones positivas para ambos, incluso en los conflictos más serios e irresolubles que se puedan imaginar.